Bereshit (Génesis)
37: 1 - 40:23
La
parashá de esta semana trae varios de los capítulos más conocidos de la
historia de Iosef. Pero en el medio de esas historias, en el capítulo 38, trae
una un poco menos conocida, pero claramente muy trascendente para los judíos:
La historia de Iehudá y Tamar.
Iehudá,
hijo de Iaacov, tenía tres hijos. Tamar es tomada por esposa para el primero de
ellos, Her. Al morir este, el segundo hijo –Onan- toma por esposa a Tamar. Él
también muere, y Iehudá en lugar de entregar a su tercer hijo – Sheláh-, le
pide a Tamar que espere en “su viudez” a que este hijo crezca un poco más para
que la tome por esposa (recomiendo la lectura de este capítulo 38, es muy
interesante: Iehudá temía que Tamar provoque la muerte de su tercer hijo. Surge
claramente del texto que los hijos de Iehudá habían muerto por hacer cosas que
desagradaban a Dios, y no por culpa de Tamar).
Tamar
oculta su identidad, se hace pasar por ramera y le pide como paga su sello, su
cordón y su cayado que está en su mano. Iehudá tiene relaciones con ella y ella
queda embarazada. La Torá relata la situación de la siguiente manera: “24. Ocurrió que al cabo de unos tres meses
le fue anunciado a Iehudá diciendo: Se ha prostituido Tamar - tu nuera - y
también está encinta, por prostitución. Dijo Iehudá: Sáquenla, que sea quemada.
25. Ella era sacada y ella mandó decir a su suegro: Del hombre a quien estas
cosas pertenecen yo estoy encinta. Y dijo: Reconoce -por favor- ahora, de quién
es el sello, los cordones y el cayado, éstos. 26. Lo reconoció Iehudá y dijo:
Ella es más justa que yo, ya que no la he dado para Sheláh, mi hijo. ...”
Sobre
el versículo 25 dice el Midrash: “Y dijo:
Reconoce -por favor- ahora, de quién es el sello, los cordones y el cayado,
éstos.” (Bereshit 38:35). Comentó Rabí Iojanan: Le dijo el Santo Bendito Él a Iehudá: tú le dijiste a tu padre “Haker
Na – Reconoce, por favor, ahora…” (Bereshit 37:32), por tu vida que Tamar te dirá “Haker Na” (Midrash Bereshit
Rabá, 85 Siman 11 – lo aprendí en mi primera clase de Midrash en el Majón
Schechter de Ierushalaim).
Este
Midrash nos muestra una clara señal de “Midá ke-negued midá”, una retribución
por lo hecho. Iehudá había hecho reconocer a su padre Iaacov el “cutonet pasim”
(la túnica de Iosef) supuestamente desgarrada y manchada de sangre, para que él
creyera que su hijo Iosef había sido devorado por una fiera. Se interpreta
entonces que así como Iehudá le había hecho mal a su hermano Iosef, ahora
estaba pagando el precio de aquella falta. Con las mismas palabras “haker ná - reconoce por favor”, debió reconocer su error.
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Escuché
la siguiente anécdota en mi primera clase con el Rab Shmuel Glick: Un joven
israelí, para nada religioso, necesitaba urgentemente un trasplante de médula
ósea. Su pedido apareció públicamente, y un hombre ultraortodoxo se conmovió
tanto con la historia que contaba que se acercó hasta el centro médico y pidió
que le hagan los estudios necesarios para saber si era un posible donante.
Luego de unos días los resultados dieron ‘positivo’: era un donante compatible.
Pidió entonces conocer al joven que recibiría el trasplante. Charlaron varias
horas, y el hombre jaredí sintió que era una mitzvá salvar la vida de este
joven.
Volvió
a su casa y le contó a su padre lo que estaba dispuesto a hacer. El padre, de
carácter serio y pocas palabras respondió: -¿Quién es este joven? -¿Quién es su
familia? Al escuchar la respuesta de su hijo, el hombre con tono terminante
dijo: te prohíbo que seas donante para este joven. ¡Sobre mi cadáver vas a ser
donante para este joven!!! No dio más explicaciones, por más que su hijo
intentó saber los por qué y convencerlo de la importancia de salvar una vida.
Acudió
el hombre que quería ser donante a su rabino y le pidió que interceda ante su
padre, y a pesar de los esfuerzos del rabino, el padre no dio “el brazo a
torcer”: No cambió de parecer ni dio los fundamentos de su postura. El hijo
habló con el rabino y le dijo: “Papá es un poco duro, pero con unas copas de
vino va a aflojarse y hablar. Venga la noche del Seder de Pesaj, luego de beber
las cuatro copas de vino del Seder, él abrirá su corazón”.
Y
fue así. La noche del Seder de Pesaj, luego de la cena, vino el rabino a
visitar, y volvió a pedirle explicaciones al padre. Esta vez, sí contó sus
razones, diciendo: Rab, con todo respeto, quiero contarle qué es lo que sucede.
Sabe usted, yo soy sobreviviente de la Shoá. Yo tenía un hijo muy pequeño, que
vivía escondido conmigo dentro del pabellón. Los nazis no nos daban comida, y
por las noches enviábamos al niño a que robe alimentos de la cocina de los
nazis. El padre del joven que necesita el trasplante estuvo en el mismo campo
de concentración que yo. Él era un experto en la fabricación de bombas, por
ello, los nazis lo dejaban andar libremente por el campo de concentración. Él
andaba por todos lados orgullosamente, siempre acompañado por dos
guardaespaldas.
Un
día, este judío experto en bombas, entró a nuestro pabellón, buscó por todos
lados, agarró a mi pequeño hijo con total desprecio, lo sacó afuera, y le dio
dos tiros.
Por
esto no quiero que mi hijo ayude a su hijo.
El
rabino, atónito por la tremenda vivencia que estaba escuchando, le dijo que
quizás había que enfrentarse a este hombre, y ver qué había pasado, si se había
arrepentido. Y por sobre todo, remarcó que el joven que tanto necesitaba el
trasplante, no era culpable por los pecados de su padre.
A
regañadientes, se produjo el encuentro.
El
antiguo experto en bombas empezó a contar su vivencia de aquella lejana y
dolorosa historia. Ciertamente él había tenido que servir a los nazis en la
construcción de aquellas malditas bombas. Y sobre aquel particular evento,
contó: Los nazis se habían enterado que había un niño escondido en el pabellón
que les estaba robando comida, y decidieron matar a todos los hombres de aquel
pabellón. Yo logré convencerlos de que solamente maten al niño, y de este modo
salvar al resto de los que se encontraban allí. Ellos me escucharon, pero el
que tenía que matar al niño era yo… Me era imposible matar al pequeño. Por
ello, maté a mis dos guardaespaldas nazis, y escondí al pequeño en un
monasterio. Los nazis se enteraron de mi traición, me pegaron tanto pero tanto,
que supe que jamás podría engendrar hijos. Pero no me mataron, porque yo les
era extremadamente útil y necesario. Al finalizar la guerra, pasada la horrible
Shoá, fui al monasterio y busqué a aquel niño. Lo cuidé y lo crié todos estos años.
Por eso estos dos jóvenes son compatibles para el trasplante: ellos son
hermanos.
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Dos
relatos fuertes, que nos tienen que llamar a la reflexión. En el relato
bíblico, Iehudá estaba sentenciando por algo que él mismo había hecho. En la
anécdota más cercana a nuestros días, un padre que no podía ver la importancia
de la vida del que finalmente resulta ser su hijo que creía muerto.
Hace
muchos años aprendí de mi amigo y moré Uri Romano una mishná del Pirkei Avot
1:6 que dice:
“זכות לכף האדם
כל את דן והוי”,
ve-evei dan et col ha-adam le-kaf zjut,
juzga a todas las personas favorablemente.
Estamos
muy acostumbrados a juzgar y prejuzgar. Y por lo general, nos cuesta mucho
reconocer cada vez que nos equivocamos. Es más fácil encerrarse en lo que uno
considera ‘verdadero’, sin reparar en el otro.
Espero
que los relatos que comparto con ustedes, nos ayuden a pensar dos veces antes
de opinar y considerarnos con atribuciones para ser jueces de qué y cómo hacen
las cosas las otras personas. Que podamos reconocer nuestras fallas y
mejorarlas.
Que
podamos juzgar para bien a los nuestros, y que podamos reconocer en ellos
maestros y afectos.
Que
tengamos la brajá de ser generosos con nosotros mismos y con los demás.
Desde Medinat
Israel, donde a pesar de que a muchos no les guste, el pueblo judío sigue
viviendo y creando día a día, y seguimos esperanzados en que algún día podremos
vivir en paz en nuestra tierra, la Tierra de Israel.
SHABAT SHALOM
UMEVORAJ
Meir Szames