“Habló Ado-nai a
Moshé en el desierto de Sinai...” (Bemidbar-Números 1:1).
Se pregunta el Midrash
(Bemidbar Rabá 1:7) “¿Por qué en el desierto de Sinai? Responden nuestros Sabios:
A través de tres cosas fue entregada la Torá: Mediante el fuego, el agua y el
desierto... ¿Y por qué fue entregada a través de estas tres cosas justamente?
Porque así como estas tres cosas son gratuitas para todos los habitantes del
mundo, así las palabras de Torá son “gratuitas” para todos, como está dicho “Todos
los sedientos, vengan por agua” (Ishaiahu-Isaías 55:1). Una explicación
adicional a este versículo: “Habló Ado-nai a Moshé en el desierto de Sinai...”
Es así, que todo aquel que no se hace a él mismo como un desierto, que es un
‘hefker’ (cosa de nadie), no podrá adquirir ni la sabiduría ni la Torá”.
Comenzamos un nuevo
libro de la Torá, el cuarto de ellos, Sefer Bemidbar, y con él nuevas vivencias
del pueblo de Israel en su travesía por el desierto.
Coincide también esta
parashá con el ‘reencuentro’ de las lecturas de la Torá en Israel y en la
diáspora. Explico brevemente: Este año, el octavo día de Pesaj en la diáspora
fue un Shabat regular en Israel - ya que en Israel se festejan 7 días de Pesaj,
en tanto que en el resto del mundo se agrega un día más-, y desde ese entonces
hasta ahora, hemos leído secciones semanales de la Torá con una semana de
diferencia. En esta parashá, Bemidbar (En el desierto), nos
reencontramos en la lectura en todo el mundo.
Me parece que este encuentro
y unificación de distantes latitudes es un mensaje en sí mismo.
Y me permite preguntar:
¿Por qué el lugar de encuentro es el desierto - midbar? Quizás la
característica que trae el midrash para describirlo sea parte de la
explicación: El desierto es un ‘hefker’, es una cosa de nadie (el res
nullius del derecho romano). Es este hefker, donde nadie es dueño de nada,
salvo Ado-nai (“A Dios pertenece la tierra y lo que contiene, el mundo y sus
habitantes” Tehilim-Salmos 24), será el campo fértil donde deberá crecer la
unión y la convivencia de un pueblo liberado maravillosamente y que ahora debe
enfrentar desafíos, pruebas, derrotas y victorias para llegar a la Tierra
Prometida.
Acompáñenme unos
instantes a imaginar juntos la situación: Cerremos los ojos e intentemos pensar
en cientos de miles de personas que atraviesan juntas el desierto. Multitud de
personas, nada alrededor, sólo arena y horizonte. Parece hermoso pensar que
desde ahí se construye la unión y la hermandad de un pueblo.
Cerremos los ojos de nuevo
e imaginemos algo más actual, que saldrá más o menos en los medios de
comunicación: Hay miles de cientos de personas que abandonan sus lugares de
origen, donde si no eran esclavos, estaban oprimidos y perseguidos por faraones
modernos, y se ven obligados a enfilar hacia donde creen que hallarán la
libertad nuevamente. Atraviesan desiertos, selvas, mares. Llegan a un nuevo
lugar, llenos de ganas de salir adelante. ¿Cómo serán recibidos en ese lugar?
No lo sabemos, dependerá del lugar al que lleguen y del lugar de donde vengan. Porque
si viene un turista del “primer mundo” a mí país, tendré paciencia en
explicarle como llegar a los lugares de atracción turística (hasta quizás haga
el esfuerzo de hablarle en su idioma). Habría que ver si la persona que llega a
buscarse el porvenir desde un país vecino/cercano/lejano en problemas tiene la
misma suerte.
Dependerá, como dije,
de la actitud del que recibe y de la actitud del que llega. Y supongamos que la
persona que migra o busca refugio viene con intenciones nobles, que no es un
extremista/delincuente/lobo disfrazado de oveja ¿Qué actitud vamos a tener nosotros?
Nosotros los bendecidos con techo y comida, con educación y posibilidades… No
lo sé, no es tan matemático el asunto.
Yo veo un reflejo de lo
que tengo que hacer en todas mis influencias. Mi tradición judía nombrará la
obligación de amar al extranjero (Ahavat HaGuer) más que cualquier otra
mitzvá en la Torá. A su vez, hay una letra del cancionero chamamecero que dice
“La tierra no tiene dueño, la tierra es del que la trabaja”. Y ni que hablar
del espíritu de la Constitución Nacional Argentina, que establecerá en su
maravilloso Preámbulo: “…el objeto de… asegurar los beneficios de la libertad,
para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que
quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente
de toda razón y justicia”.
En mi humilde visión,
quisiera que la mayoría del mundo compartiera mi deseo de abrir los brazos al
necesitado, que las naciones del mundo pasen menos tiempo abrazando falsas
democracias y extremismos y reciban a los que se escapan de esas tiranías, y
que juntos logremos asegurar la libertad para todos aquellos que de buena fe,
quieran llegar a compartir la tierra y la vida con nosotros.
Más que un deseo, un
preámbulo y una visión, ojalá que sea una realidad.
SHABAT SHALOM UMEVORAJ
Rabino Meir Szames