(Vaikrá
- Levítico: capítulos 21 a
24)
“Dijo
Ado-nai a Moshé: Habla a los cohaním hijos de Aarón y habrás de decirles: por
persona muerta no habrá de impurificarse, en su pueblo”. (Vaikrá 21:1)
Así
comienza la parashá de esta semana. Venimos transitando Sefer Vaikrá – libro de
Levítico, donde se pone gran atención y detenimiento a las cuestiones
relacionadas con el ritual, la pureza y la santidad que se les requiere a los
sacerdotes y, por extensión, al pueblo de Israel.
Del
versículo que encabeza este escrito, llama la atención a los comentaristas la
repetición tres veces del verbo cuya raíz es אמר “A.M.R.” que se traduce como
‘hablar – decir’.
RaSHí
interpreta esto diciendo que el pedido de la Torá se hace para insinuar que los mayores
deberán decir y transmitir a los menores.
Siguiendo
con el versículo que tratamos, hay que explicar que los cohaním – sacerdotes,
no se podrían impurificar ritualmente poniéndose en contacto con un cadáver.
Mientras que los cohaním simples podrían hacerlo por sus parientes más cercanos
(esposa, padres, hijos, hermano, hermana no desposada); el Cohen Gadol – Sumo
Sacerdote, no podrá acercarse siquiera a ninguno de estos parientes. Solamente
hay una excepción en el caso del Cohen Gadol, que es aprendida del final de
este versículo, cuando dice “en su pueblo”, la cual es tratada en el
Talmud (Nazir 47 a-b), y trata el caso del “Met Mitzvá”. Cuando una persona
fallece y el cadáver está entre su gente y su pueblo y haya quien le de
sepultura no hay inconveniente, pero de no ser así, este cadáver está en la
categoría de Met Mitzvá, y es una obligación primordial el darle adecuada
sepultura. La Halajá
prescribe que en el caso de un Met Mitzvá, aun el Cohen Gadol tiene la
obligación de darle sepultura, aun si habría de desatender por ello algún acto
ritual en el Santuario (RaMBaM, Mishné Torá, Sefer Shoftim, Hiljot Ebel 3:8).
Vemos
así una situación única e impensada: el Sumo Sacerdote, figura máxima del
pueblo, quien no puede acercarse a llorar a su padre y su madre siquiera (Vaikrá
21:11), está obligado a hacerlo por un ‘perfecto’ desconocido, quien no tiene
quien lo entierre. Parece patente la enseñanza: Por más abolengos que se
pretendan, a la hora de estar frente a los demás, somos todos iguales. Y más
aún, a mayor rango de jerarquía, mayores son las responsabilidades, deberes y
esfuerzos. No hay excusas frente a un hermano. No hay herencia de méritos que
te liberen de cumplir tus obligaciones.
Un
poquito más.
Dentro
de esta parashá tan rica en conceptos, cierra el capítulo 22 con las cuestiones
referidas a la santidad de los cohaním, diciendo: “Habrán de cuidar Mis
Mitzvot –preceptos- y los cumplirán, yo soy Ado-nai” (22:31). Explica el
Rab Edery en su Jumash que, cuidar los preceptos implica el estudio, mientras
que cumplirlos se refiere a la acción en sí misma. De esto deduce que aquél que
no estudia y conoce, tampoco puede cumplir. La mitzvá de Talmud Torá, el
estudio de la Torá ,
es considerada como la columna vertebral de la tradición de Israel. Nuestro
futuro como pueblo identificado con su Torá y sus valores depende totalmente
del estudio de nuestros libros sagrados, en profundidad y amplitud.
Volviendo
a la opinión de RaSHí citada al comienzo, somos los mayores, en cada una de
nuestras casas quienes tenemos la misión de transmitir a los más pequeños
nuestra tradición. Una transmisión de ‘mano en mano’, día a día, que hable del
respeto y amor irrestricto por el prójimo, por el Otro. Una tarea que debe ir
de la mano con los caminos de nuestro pueblo, con el estudio sincero de
nuestras fuentes que vayan encaminados a seguir transmitiendo y haciendo.
“Rabí
Iosi dice: … Dedícate al estudio de la
Torá , pues no puedes recibirla por herencia. Y que todas tus
acciones sean hechas por amor a Dios” (Pirkei Avot 2:17)
¡SHABAT
SHALOM UMEVORAJ!
Meir Szames
“Cuando la fe es totalmente reemplazada por
el credo, el fervor religioso por la disciplina, el amor por la rutina; cuando
se ignora la crisis de hoy a causa del esplendor del pasado; cuando la fe se
convierte en algo simplemente heredado en vez de ser una fuente viviente;
cuando la religión habla sólo en nombre de la autoridad y no con la voz de la
compasión – entonces su mensaje ya no tiene sentido” (A. J. Heschel, “La
democracia y otros ensayos”, Seminario Rabínico Latinoamericano)