Y será que cuando vengas a la tierra que Ado-nai tu Dios., te
concede a ti, en heredad, y la poseas y te asientes en ella... Habrás de tomar
de las primicias de todos los frutos de la tierra -que recogerás de tu tierra-
la que Ado-nai tu Dios, te concede a ti, y lo habrás de poner en un cesto, y te
encaminarás hacia el lugar que habrá de elegir Ado-nai tu Dios, para hacer
morar Su Nombre, allí. Y te allegarás al cohen -el que haya de estar en
aquellos días- y le habrás de decir: ‘He manifestado hoy ante Ado-nai tu Dios,
que he venido a la tierra que había prometido Ado-nai -a nuestros patriarcas-
conceder a nosotros”. Tomará el cohen el cesto de tu mano, y lo habrá de colocar
ante el altar de Ado-nai, tu Dios. Declararás y dirás, ante Ado-nai tu Dios:
“Arameo, extraviado era mi patriarca, descendió a Egipto, y peregrinó allí con
gente poca; empero fue allí un pueblo grande, poderoso y numeroso. Empero nos
maltrataron los egipcios, y nos oprimieron y nos impusieron trabajo duro. Pero
clamamos a Ado-nai, Dios de nuestros padres; y escuchó Ado-nai nuestra voz, y
vio nuestra opresión y nuestro agobio y nuestro aprieto. Y nos sacó Ado-nai de
Egipto, con Poder Fuerte y con Brazo Tendido y con Manifestación Magna y con
Signos y con Portentos. Nos trajo a este lugar y nos concedió la tierra esta:
tierra que fluye leche y miel. Y ahora, he aquí que he traído la primicia del
fruto de la tierra que me has dado a mí, Ado-nai”. Lo colocarás ante Ado-nai tu
Dios, y te prosternarás ante Ado-nai tu Dios. Te habrás de regocijar con todo
lo bueno que te ha dado a ti Ado-nai tu Dios, a tu familia; tú y el Leví y el
forastero que está en medio de tí.
(Debarim – Deuteronomio 26:1-11).
Esta parashá está encabezada por la mitzvá de los Bikurim, las
primicias. La misma consistía en tomar los primeros frutos de la tierra, y
llevarlos en ofrenda de Primicias al Beit HaMikdash, Santuario de Jerusalén.
Así lo ordena la Torá en Shemot-Exodo 23:19 “Los primeros frutos de las
primicias de tu tierra habrás de traer al Santuario de Ado-nai, tu Dios”.
Los Bikurim podían ser llevados del modo que quisieran hasta
Jerusalén, pero una vez llegado al Monte del Templo, la persona tenía que tomar
el canasto o cesta de Bikurim y ponérselo al hombro. Una vez que lo tenía en su
hombro decía ‘He manifestado hoy ante Ado-nai tu Dios, que he venido a la
tierra que había prometido Ado-nai -a nuestros patriarcas- conceder a nosotros”,
luego se lo entregaba al cohen (sacerdote) para que ofrezca estos Bikurim, y
luego pronunciaba la frase de aramí obed abí “Arameo, extraviado era
mi patriarca…” (Versículos 5 a 10).
Toda una muestra de cómo la Torá nos llama a la reflexión y a la
humildad: Llegando a la tierra de tus sueños, a la Tierra Prometida, no te
olvides de cómo llegaste hasta allí. Ponerse el canasto al hombro, hacer una
declaración pública. Todo el ritual tiene un fuerte significado.
Una pregunta que se plantea en nuestros tiempos, es si hay que
ofrecer Bikurim. La respuesta es negativa, por no tener ni Templo ni Altar (ver
Mishne Torá Bikurim 2:2, entre otras fuentes).
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Otro tipo de respuesta también puede ser dada. Menos dirigida a lo
estrictamente legal, la encontramos en el tratado talmúdico de Ketuvot 105b[1]: “Todo el que trae un regalo a un talmid
jajam (sabio) es como si ofreciera una ofrenda de Bikurim (primicias)”.
Se cuenta[2]
que el rabino Tzadok HaCohen de Lublín era muy cuidadoso de lo que sacaba
provecho de los bienes ajenos, y no recibía “pidionim”, regalos de sus jasidim
(seguidores). El único tipo de “pidión” que recibía era el “pidión haben”
(consistía en cinco monedas de plata que eran entregadas a un sacerdote por el
padre de un hijo primogénito al mes de nacido, ver Exodo 13:13[3]),
ya que la Torá lo había privilegiado con ese dinero por ser cohen (sacerdote).
Y el dinero recibido en concepto de pidion haben solamente lo utilizaba
para comprarse libros, y no utilizaba ese dinero para otras necesidades. Lo que
necesitaba para vivir lo conseguía de lo que vendía su negocio familiar a cargo
de su señora (era un negocio de venta de ropa usada). Cuando falleció su
esposa, sus jasidim tuvieron la intención de mantenerlo de forma suntuosa, pero
él se negó y rechazó esta idea. Entonces fue que uno de sus seguidores se ofreció
como voluntario para atender el negocio familiar, en lugar de su difunta
esposa, y esto sí fue aceptado por el rabino, con la condición de que le entregue
sólo lo que necesitaba para cubrir sus necesidades básicas, las cuales de por
sí eran muy pocas: una comida por día, al anochecer, y esta cena consistía en
té y una panecillo o un poco de estofado de sémola.
Sucedió otra vez, que un jasid quiso
obsequiarle una botella de aceite de oliva y una lata de pescado muy cara. Cómo
sabía que no se lo iba a aceptar, tuvo una idea y le dijo: ‘He aquí que traigo
mis Bikurim, como dijeron Nuestros Sabios de bendita memoria: “Todo el que trae
un regalo a un sabio es como si ofreciera una ofrenda de Bikurim”’. Y como el
rabino conocía la cita del Talmud recibió inmediatamente el regalo por su gran
respeto por las palabras de los sabios talmúdicos. Y ese mismo Shabat, durante
la cena compartida con su familia y alumnos empezó a tratar sobre este asunto y
dijo: “Todo el que trae un regalo a un sabio es como si ofreciera una
ofrenda de Bikurim”…Y ¿acaso soy yo un sabio? Decir que no he estudiado no
me es posible, porque he estudiado, pero ¿Qué tiene si estudié? ¿Qué me
corresponde si estudié? Acaso no dicen también Nuestros Sabios de bendita memoria
respecto al versículo bíblico de Mishlei-Proverbios 17:16 “¿De qué sirve la
riqueza en manos del necio? ¿Para adquirir sabiduría, siendo un insensato?”, se
refiere a aquél que estudia Torá y no la cumple (Tratado Ioma 72b). Cuando
concluyó la cena, vino uno de sus allegados y le dijo: ¡Todos quedamos
conmovidos por lo que ha dicho nuestro maestro! Le respondió el rabino: ¿Y
acaso puedo ser yo un mentiroso? Si es que he recibido de manos de aquél hombre
el regalo, significaría que soy un talmid jajam, y yo no creo serlo, por eso me
he visto obligado a decir la verdad delante de todos ustedes.
Su humildad respecto a las palabras de la
Tradición es la que lo hace tomar el presente ofrecido, para no oponerse al
dictamen talmúdico, y a su vez, esa misma humildad es la que le hace reconocer
que a pesar de haber estudiado, no estaría dentro de la categoría de un talmid
jajam, y reconocerlo lo hace sentir obligado a decir la verdad y manifestarla
públicamente.
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La forma en que está enunciado el proceso de
la ofrenda de Bikurim nos trae un mensaje potente para nuestros días: La tierra
no nos pertenece, no de modo exclusivo, y no de modo eterno. No la recibimos
sino a través de un devenir histórico que se remonta a nuestros padres, a
nuestros próceres, a nuestros antepasados. Tener la obligación de esperar a que
nazcan los primeros brotes de nuestras cosechas nos sensibiliza con la
naturaleza. La forma de acercarse y reconocer que fuimos errantes, que fuimos
esclavos y hoy tenemos la posibilidad de disfrutar de cierta abundancia, nos
tiene que predisponer a tener una sensibilidad hacia los que no tienen, a los
que hoy no cuentan con la misma fortuna que nosotros.
“De Ado-nai es la tierra y todo lo que ella
contiene” (Salmos 24:1), “la tierra la entregó a los seres humanos” (Salmos 115:16).
Lo que hoy tenemos materialmente es meramente circunstancial. Esta lectura de
Ki Tavó llega siempre en medio del Jeshvón HaNefesh, balance del alma que
realiza el pueblo judío en los días previos a la llegada de un nuevo año en
Rosh HaShaná, quizás sea un momento adecuado de reconocer lo que tenemos, a los
que tenemos a nuestro alrededor, reconocer nuestras debilidades y fortalezas. Comenzar
un año nuevo más humildes, más conscientes.
Un año más dulce y mejor para todos.
¡Shabat Shalom uMevoraj!
Rabino Meir Szames