Dedicada
a la memoria de Eliezer Tzvi Ben Itshak Schaffer Z’L, mi Zeide
“En
Bereshit comienza el tiempo, nace el universo, es creado el hombre; en Shemot
nace el pueblo de Israel, nace la libertad, nace la voluntad de existir, ser y
trascender en un destino común para todo este pueblo” (Rab Mordejai Edery, Sefer Shemot, 1ª edición, D’s es
mi estandarte, Buenos Aires, Adar 2º 5744, pág.14).
Esta
parashá es la primera del libro llamado en español “Éxodo” aunque su traducción
quiere decir “nombres”, y comienza “Y éstos son los nombres de los
hijos de Israel”, a lo cual el exegeta Baal HaTurim nos dice que las
iniciales de esta frase forman la palabra “שביה” “cautiverio”, ya que a pesar de que
estuvieron en cautiverio, los Bnei Israel no cambiaron sus nombres, y este fue
uno de los cuatro motivos por los cuales fueron redimidos los hijos de Israel
de la esclavitud.
Como
dice el Rab Edery Z’L, este es el comienzo del relato de la conformación del
Pueblo de Israel. Ya no nos encontraremos con individuos que creen en un D’s
Único, sino que nos encontraremos con una comunidad que abrazará la fe en ese
D’s, que primero fuera llamado de Abraham, Itshak y Iahacov, para luego ser
llamado en el Sinaí como el que te sacó de la tierra de Egipto.
El
nacimiento de Moshé nos deja bien marcado lo que se espera del que será el
líder de la misión encomendada por Adon-i.
Nace
un niño “hermoso”. En ese momento la casa se llenó de luz. Una luz que luego
devendrá en redención, una luz dentro de la oscuridad de la esclavitud.
No
hay que soslayar algo que aparece en la parashá, y es que el nacimiento de este
niño es fruto también del esfuerzo y compromiso de las parteras, las cuales
desobedecen un mandato del rey terrenal, por amor al Rey Eterno, cuando hacen
caso omiso al decreto de matar a los niños varones a los que asistieran en su
alumbramiento (como dato al margen, Rashi nos dice que eran Yojébed y Miriam,
madre y hermana de Moshé respectivamente).
D’s
lo elige en base a las cualidades de Moshe para cumplir Su misión. En quien
poner sus palabras para liberar a Su pueblo, al que le entregaría Su Torá.
Vemos
como un niño que sólo logró mamar su tradición de muy pequeño y luego es criado
de otro modo, ya hombre y siendo príncipe del reino, no tolera la injusticia:
brota en él su fuente, su raíz, y empieza a responder por su gente, aunque ello
supone, como se ve reflejado, una pérdida de su acomodada posición.
Y
no sólo eso, ya que no sólo se preocupaba por su pueblo/hermanos, sino también
por la gente que hasta ese momento era desconocida para él, como en el episodio
del pozo cuando defendió a las jóvenes de Midián.
En
el desierto, al ver la zarza ardiente, no se deja llevar por el suceso
maravilloso que ven sus ojos sino que intenta comprender cabalmente lo que
ocurría. Sólo luego de esta actitud Adon-i lo llamó. Y a pesar de ser llamado
por D’s, mantiene su humildad ilimitada, ocultando su rostro de Hashem.
Sigue
la descripción de D’s a Moshé, misión de la cual -señala Rashi- tardó siete
días en convencerlo, ya que Moshé sabía de sus limitaciones humanas, hasta que
es persuadido de cumplir con el mandato de D’s, e ir en pos de Su misión,
redimir a Su pueblo de la esclavitud, tal como había prometido a los
Patriarcas.
Podemos
empezar a entrever las características de este líder: un hombre pensante, no
arrebatado, conciente de sus limitaciones, preocupado por el otro, por no
ofenderlo.
En
contraposición con el otro líder que encontramos en el relato: Un nuevo rey que
desconoce a Iosef, que tanto bien ha hecho por su país, teme a los hebreos y
torna amargas sus vidas. El faraón, al cual ni siquiera le interesa la
producción a ser realizada por sus esclavos, lo único que quiere es el
sufrimiento de los mismos, sin importarle lo que le depararía este accionar a
sus propios gobernados.
Ante
esta opresión, esclavitud y tiranía la única respuesta es la voluntad de ser,
de existir. Hoy en día hay muchas cosas que nos esclavizan, pero ¿cómo
liberarnos de ellas?
Lo
primero que podemos aprender es a tomar la responsabilidad por nuestras
acciones, hacer continuos esfuerzos por mantener la humildad. Y no sólo
responsabilizarnos por lo que hagamos, sino también por nuestras omisiones.
Hacernos cargo de los nuestros y los “otros”, los “ajenos”. Meditar el plan de
acción y no arrojarnos tras nuestros impulsos.
Lo
segundo que se me ocurre es que a los decretos de muerte, de paralización, se
le contesta con vida, con continuidad, con más estudio y más compromiso con
nuestras fuentes, valores y tradiciones.
Y
lo tercero que se me viene a la mente es la bendición que le da Itró, su
suegro, a Moshé, לֵ֥ךְ לְשָׁלֽוֹם “Lej LeShalom”: ve hacia
la paz
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